Esperpento. Así, se puede definir la temporada del Real Betis, como si de la técnica de una obra de Valle Inclán se tratara. Un reflejo a modo de prolepsis en el que, con este método, se reflejaba a principios del siglo XIX el fracaso de la temporada 2019/2020 para los verdiblancos.
Pero, ¿Cuál es la relación entre ambas cosas? El Esperpento reflejaba una realidad deformada, algo similar a la campaña del Betis. Una deformación irrealista al ver que, pese a tener el objetivo de llegar a Europa a principio de temporada, una obviedad, en teoría, por jugadores de renombre y calidad incuestionable, en la práctica, el club sigue condenado a la mediocridad en lo deportivo. De nada sirve un grupo de buenos jugadores, si al final no forman un bloque compacto, un equipo, la principal causa de una consecuencia: un derbi totalmente desequilibrado.
Y es que ayer arrancaba la nueva normalidad. La tan ansiada vuelta al fútbol. Sin embargo, para los heliopolitanos la normalidad seguía siendo la misma que antes del parón por el Covid-19. ¿De quién es la culpa? La realidad es que nadie se salva, tanto Directiva y entrenador, como los propios jugadores. Todos son culpables del desastre de ‘El Gran Derbi’, que solo fue un último episodio fiel reflejo de la imagen mostrada durante toda la temporada.
Sí, el penalti influye en el desarrollo de un partido. Pero ni mucho menos puede servir para exculpar el papel del entrenador y de los jugadores, a los que les faltó la actitud que hace falta en un derbi, ese veneno, gen ganador y competitivo que hacen falta en los derbis.
Yendo por partes, nos encontramos con el enésimo mal planteamiento de Rubi. Un equipo sin ideas, totalmente plano y que salió a verlas venir ante un Sevilla que fue un vendaval en la mayor parte del encuentro, superando al Betis en el aspecto físico, táctico y mental. Tan solo se salvaron Guido, muy acertado en tareas defensivas, bien posicionado y acertado a la hora de recuperar balones, aunque necesita un punto más de velocidad con balón, causado por la falta de adaptación a una liga más rápida. Además de un descarado Lainez, el mejor del partido en poco menos de 30 minutos, que aportó lo que le faltaba al equipo ofensivamente: velocidad, descaro y desborde.
28 jornadas han pasado y el técnico catalán no ha conseguido instaurar un estilo de juego, sacar el máximo potencial de los jugadores, que se devalúan por cada minuto que pasa y, sobre todo, erradicar uno de los mayores problemas: la defensa. El Betis es el segundo equipo más goleado de LaLiga, la zaga cada partido deja escapar marcas, realiza pérdidas en malas salidas de balón, y muestra una inseguridad y fragilidad de equipo de descenso.
Los números y las sensaciones son las que son. El crédito de Rubi acabó hace mucho y la única razón de que siga en el banquillo es la salvación de varios ‘match-balls’ cuando estaba más fuera que dentro. Victorias que tan solo eran espejismos de un equipo que parecía resucitar, como contra el Madrid, pero que al final volvía a decaer, ejemplificando un constante querer y no poder.
Tampoco se queda atrás la Directiva, donde la nota dominante ha sido la inacción y una pésima planificación. El papel en el crecimiento social y económico de Haro y Catalán, expandiendo al club de forma multidisciplinar, en el Betis es irrefutable. Pero de nada sirve el hecho de ser grandes empresarios, si al lado no hay un hombre de fútbol en la gestión deportiva, sea Lorenzo Serra Ferrer o sea quien sea que, con sus virtudes y defectos, sea la figura en el área deportiva que aportaba ese gen ganador.
La inacción es de fácil comprensión. A lo largo de esta campaña se han visto grandes debacles como en Villarreal, donde nadie ha “bajado a dar cuatro voces” para buscar dar un golpe de timón o “agitar el árbol” que tanto ha predicado Rubi.
El único que se ha manifestado en la planta noble del Villamarín ha sido Alexis en el post partido frente al Sevilla, que lanzó un mensaje de sensatez y actitud crítica: «No podemos competir de esta manera, el equipo tiene que tener más presencia, más compromiso y sinceramente hoy no lo hemos tenido. Espero que el equipo pueda hacer un análisis de conciencia y levantarse rápidamente de esta caída que va a ser dura para nuestros aficionados y para toda la gente del club».
El de ayer fue el último capítulo de la crónica de una muerte anunciada. Los heliopolitanos confiaban en conseguir una victoria que reavivase las posibilidades de Europa y afrontar el final de temporada con ese golpe psicológico a favor que aportan los tres puntos del derbi. Sin embargo, la realidad es que el equipo está condenado en este final de temporada a estar en tierra de nadie.