Tristeza. Desolación. Angustia. Y dolor. Mucho dolor. El Real Betis está sumergido en una depresión. Una gran depresión que se acentúa con el paso de las semanas y que están convirtiendo el 2019 en un año para olvidar.
Quique Setién apostaba por un 4-4-2 con dos jugadores en punta, uno más móvil y Loren fijo arriba. El planteamiento funcionaba, los engranajes se coordinaban y el Betis parecía haber encontrado la fórmula para superar a la Real Sociedad.
Pero en una acción aislada, el árbitro señalaba saque de esquina en una acto que merecía ser saque de puerta en el primer tanto donostiarra. Una decisión que parece insignificante, pero para un equipo que pende de un hilo termina por derrotarlo.
El Real Betis volvía a toparse con la mala suerte y entraba en un bucle de errores e impotencia que le impedían avanzar. El campo se convertía en un cielo nublado e indescifrable. Los jugadores abatidos apenas tenían fuerzas para buscar la portería rival. El Betis era un equipo totalmente muerto.
El camino a los vestuarios se veía como un soplo de aire fresco. Una oportunidad de ordenar ideas que titubeaban por la cabeza de los jugadores. Y así fue.
Canales anotó un gol a los diez minutos del descanso que despertaba a un Betis muerto. El equipo se levantaba después de unos minutos derrotados y sin capacidad de reacción. El gesto de Setién ante el gol era un claro reflejo de la situación. El cántabro se desfogaba con movimientos eléctricos desde la banda. Una sensación de alivio que permitía soñar.
Y Joaquín, líder del equipo, falló en la mejor ocasión para lograr la victoria. El capitán veía como se empequeñecía la portería ante un colosal Rulli que le adivinaba las intenciones. Pero el Betis no se iba a rendir y lo iba a intentar de todas las maneras posibles.
Lo peor estaba por llegar. A falta de menos de diez minutos para el final, un flechazo penetraba el corazón de todos los béticos. Un dardo envenenado que derrotaba a un Betis moribundo. Un gol que ponía fin a una temporada. El Real Betis estaba muerto.
Inalcanzable se veía el empate. El golpe dejaba totalmente sin consciencia a los de Setién que volvía a ser la máxima expresión de lo que sucedía. El técnico, abatido en el banquillo miraba al horizonte incapaz de reaccionar. Veía como el fútbol le volvía a golpear.
Un final donde los verdiblancos apenas generaron peligro hasta que sonó el agónico silbato. El Real Betis decía adiós a una temporada que prometía ser ilusionante. El deseo de alcanzar la final de Copa se había desvanecido hacía un mes. La única ilusión pasaba por luchar por los puestos europeos pero, a falta de ocho encuentros para el final de temporada, el Real Betis es un equipo totalmente muerto, con un entrenador en duda y unos jugadores en estado de depresión. El Beticismo siente dolor.